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¿Con qué derecho se enojan tanto?

  • Foto del escritor: Giselle Olmedo
    Giselle Olmedo
  • 7 jun 2018
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 13 feb 2019

Desde que el mundo es mundo, o mejor, desde que el humano es humano (y sobre todo en un mundo capitalista) distintos sectores de la sociedad fueron marginados en base a las reglas que rigen nuestra realidad. La opresión a determinados colectivos de gente se asienta sobre todo en diversas instituciones que se encargan de ordenar aquello que no parece funcional para el esquema instaurado.

Las revoluciones muchas veces fueron distinguidas entre buenas y malas. Las buenas, las que sirvieron para establecer el sistema en el que hoy estamos inmersos. Las malas, las que buscaron corromper las jerarquías, la exclusión de unos frente a la preponderancia de otros. Todas las manifestaciones que históricamente intentaron alcanzar un mayor grado de equidad fueron en algún momento juzgadas por quienes veían en peligro sus beneficios, y al día de hoy cualquier intento de ponerle un fin (aunque sea en algún aspecto) a esa opresión parece causar desesperación en quienes perciben los privilegios. La paz parece resultar el silencio de quienes no tienen las mejores posibilidades. Cuando estos se levantan, se movilizan, se expresan, el orden que se rompe genera que la culpa de todos los males sea del oprimido. Hay incomodidad cuando alguien reclama derechos, igualdad, algo distinto. Y las formas parecen ser siempre malas, inadecuadas, cuestionables, intolerables. Que si pintan tal monumento o edificio, o si rompen tal cosa, o formulan tal oración que ofende a tal persona. La culpa siempre recae en quien no se siente cómodo y vino a romper todo esto que estaba bien (para quienes están bien).

El problema de las personas oprimidas es justamente ese, que son oprimidas. Y en torno a ello giran un montón de cosas. Desde las relaciones interpersonales hasta las que se establecen con las instituciones parecen generar malestar. Oprimidos por la clase, por la sexualidad, por el género, por ser. Analizando revoluciones pasadas, el historiador Arno Mayer habla de furias para describir cómo todo decanta en esos enfrentamientos. Las revoluciones son furias que tienen tendencia a radicalizarse. Y si bien hoy no estamos tal vez en una época como la de la Revolución Francesa, entender las manifestaciones de quienes están furiosos y furiosas es clave. Si bien hay variedad de cristianos, la Iglesia es una de las instituciones más opresoras desde hace mucho tiempo. A veces, para algunas personas, resultan desmedidas las expresiones que utilizan quienes piden algún tipo de igualdad cuando hablan de la Iglesia. Pero ¿de qué otra forma podrían reaccionar colectivos que hasta el día de hoy son humillados por la misma? Y de la misma forma con el Estado, y también el tan temido “muerte al macho”, porque “¡Qué violenta esta gente!” pueden pensar quienes no entienden lo que se sufre la marginación, la exclusión, el sometimiento. No hay manifestaciones de este tipo que logren ser completamente pacíficas, porque no hay tranquilidad en la furia que exige igualdad.


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