Los invisibles
- Florencia Calderon
- 24 may 2018
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 13 feb 2019
Cuando encontramos algo diferente en otro nos precipitamos. Así como se precipitaron los aborígenes cuando llegaron por primera vez los europeos a América. Tanto para unos como para otros el choque de culturas fue inmenso. Las desigualdades físicas, étnicas y culturales nos distanciaron más y más.
Nosotros tan negros, tan fáciles de engañar y tan incultos. Ellos en cambio se consideraban tan rubios, tan civilizados, tan educados. Para algunos, todo lo que querían alcanzar, para otros iba a ser un camino tortuoso que obligadamente iban a tener que atravesar. De esa manera se fue constituyendo un estereotipo o tipo ideal que funciona de manera inconsciente donde se forman prejuicios de superioridad y se determina que es lo correcto.
La construcción del otro posiciona a cada grupo en un bando diferente. La existencia de diversidades jerarquiza y posiciona en un mejor lugar a aquellas que se consideran correctas y estigmatiza cualquier atributo físico, étnico y cultural que salga de las normas implantadas culturalmente por la sociedad.
Estas jerarquías son construidas históricamente y sitúa en un lugar desventajoso a los más vulnerados. Las desigualdades no son naturales.
Las diferentes clases sociales actúan como si fuesen distintas culturas. La “normalidad” consiste en tener los atributos de las clases mejor posicionadas, por fuera de esta, cualquier otro rasgo ubica a la persona en una posición de inferioridad y la estigmatiza. No obstante, no es una cultura aparte, sino que es una cultura de resistencia que busca oponerse y diferenciarse. La identidad se construye, se deconstruye y se reconstruye según las situaciones y los intereses; y el estigma es siempre el resultado de una construcción entre sujetos.
En la vida cotidiana predomina un alto grado de indiferencia entre personas. La marginación se vuelve moneda corriente. El estigma vuelve inseguro al individuo que lo posee y genera en él una fuerte incertidumbre respecto a cómo va a ser recibido por el resto de la sociedad. La intranquilidad de no saber si va a ser rechazado o aceptado finalmente termina aislándolo y volviendo más arduo el intercambio social. Tiene una sociedad que lo juzga y que organiza su vida de modo tal de evitarlo como si no existiera.
Se polarizan dos mundos dentro de uno mayor. Tanto es así que uno se olvida de que el otro existe. Es indiferente, aunque al prójimo le falte de comer o le falte abrigo. Es indiferente y lo culpa de su propia situación con una mirada juzgadora.

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