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La marea rosa enardecida

  • Foto del escritor: Florencia Calderon
    Florencia Calderon
  • 12 jul 2019
  • 3 Min. de lectura

Se diría que las mujeres están empezando a hartarse de aguantar. […] El mundo, nos decían y nos decíamos, es así. Pero no. Resulta que el mundo no es así. Y resulta también que depende en buena medida de nosotras que lo cambiemos – Rosa Montero.


Los bastones se escuchan cada vez un poco más fuertes. Se chocan entre ellos. Suenan en conjunto. Los golpean contra el piso y cuando lo consideran necesario contra todos aquellos que buscan corromper su dignidad; porque en la India, no hay nada peor que haber nacido mujer.

El ejército de los saris rosas, o Gulabi Gang, nace en el año 2006 para luchar contra la dominación masculina. En busca de una mayor libertad, mujeres se organizan para hacerle frente al sistema machista. Vestidas con un sari rosa y cargando un palo de bambú se desplazan solas o en grupo en busca de justicia social. En una sociedad tan retrógrada, que una mujer levante la voz o quiera enfrentarse a un marido violento es toda una revolución. Primeramente, eran una docena, luego y con los años superaron las cuatrocientos mil.

Llantos en silencio, moretones bajo la ropa, violaciones en conjunto y muchas injusticias por aceptar y callar. El infanticidio es mayor cuando el sexo es femenino; el matrimonio infantil es moneda corriente; las niñas desde los nueve años son entregadas a otros hombres y abusadas por ellos para procrear. Niñas forzadas a ser madres dan a luz sin cesar. Sin querer, sin buscar, sin desear -las que sobreviven- terminan naturalizando ser esposas y renuncian a su niñez para servirles a sus maridos.

Sampat Pal, la fundadora del ejército de los saris rosas, canta con la voz quebrada en forma, de protesta: “Toda mi vida he vivido oprimida, he dependido de mi padre, de mi marido y después de mi hijo… Toda mi vida he llorado y llorado, una chica no encuentra la felicidad ni en la casa de su padre, ni en la casa de su marido. Gulabi Gang vencerá”.

Sin posibilidad de estudiar y de trabajar, la dependencia económica se vuelve absoluta. La mujer pasa a ser propiedad de su marido. Éste, se ve apañado por el sistema patriarcal lo que le permite realizar con ella lo que le plazca ya que ésta depende totalmente de su esposo y la familia.

Según la Fundación Vicente Ferrer (ONG) cada veinte minutos una mujer es violada pero sólo el 10% decide hacer la denuncia. Pareciera una pesadilla, pero es la realidad de muchas indias. Los reclamos de este grupo de luchadoras se enfocan en suprimir los matrimonios infantiles, luchar contra los hombres abusivos y violentos, luchar a favor de la igualdad de salarios por igual trabajo e incentivan a que niñas puedan continuar con su estudio y a que mujeres aprendan diferentes oficios para que alcancen la independencia económica.

Una marea rosa enardecida que se empodera, arrastra y envuelve a miles de mujeres que se encuentran en la misma situación. Un grupo cada vez más grande de guerreras que una y otra vez busca recordar a aquellas que ya no están y que ambiciona alcanzar la emancipación de todas sus hermanas. La búsqueda de justicia ante tanto sufrimiento es irreversible.

Ellas son como fuegos que van encendiéndose. Los bastones retumban y se van desplazando. Suenan cada vez más fuerte y están preparados para defender a quienes lo portan. Este Movimiento de mujeres que brega por la transformación social hace sonar sus bastones y junto con ellos, su voz insilenciable.



Sampat Pal en el medio con un sari rosa más claro.



Notas bibliográficas

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