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¡Qué lindx estás desde que te aceptás!

  • Foto del escritor: Florencia Calderon
    Florencia Calderon
  • 12 mar 2019
  • 3 Min. de lectura

Que horror los hombres con camisa y traje cruzando la 9 de julio en pleno verano, no quisiera estar en su lugar. Esta vez y pese a mis miedos, preferí ponerme algo liviano. Hace como 30 grados y es de noche. La Ciudad de Buenos Aires está todavía incendiada. El asfalto todavía quema y los aires acondicionados ya no dan abasto. Decidí ponerme un vestido corto, aunque no estaba convencida, ya que en la rodilla se me acumulan más y más celulitis.


Ella se sube siempre a la misma hora, en el mismo lugar y a la misma línea de colectivo. Tiene unos ojos negros que brillan, es bastante alta, su tez es clara y su pelo está teñido de color caoba; le sienta bien. Aunque haga calor o haga frío su vestimenta es siempre muy similar: lo único que varia es la intensidad del rojo de sus mejillas dependiendo de la temperatura. Al ingresar paga su boleto y hace un chequeo general de los lugares disponibles. Aunque se vea cansada, aunque esté llena de bolsas o de abrigos, sólo se sienta en los asientos individuales, a pesar de que haya lugares vacíos prefiere quedarse parada.


Desde que comenzamos a atravesar nuestra infancia adquirimos diferentes tipos de conocimientos: aprendemos de nuestros padres/familiares, en la escuela, de la televisión. Nos insertamos en una cultura ya existente con características ya establecidas. Nuestra cultura, este sistema, nos obliga a adaptarnos o a apartarnos. Y comienza a darse desde pequeños, se quiera o no, la discriminación hacia aquellos y aquellas que no cumplen con ciertas normas instituidas.


Entender que los estereotipos de belleza para lo único que han funcionado es para coartar nuestra libertad nos da la punta para entender que funcionan como policía de nuestros cuerpos. Estos han ido estableciendo límites sobre lo que está bien hacer y lo que está mal; y a su vez se han encargado de juzgar, invisibilizar y condenar a aquellas personas que salgan por fuera de estas normas.


La lucha por tratar de adaptarnos a las normas que remarcan qué es lindo y qué no lo es nos llevan a aspirar la delgadez a cualquier precio y mientras sea lo más rápido posible, mucho mejor. Sin embargo, la belleza nunca se la posee totalmente. Lux Moreno, docente en la Universidad de Buenos Aires y activista gorda, lo plantea de la siguiente manera: “Ser bello y visible es ascender en la pirámide del reconocimiento en cuya base están aquellos que son menos iluminados o que no cumplen las notas básicas […]. Cuando se va ascendiendo, cada vez hay mayor cantidad de veedores que miran nuestros cuerpos, hábitos y gestos, vigilando que no transgredamos ninguna pauta. A la cima de la pirámide nunca se llega”. Es así como se promueve el estigma hacia aquel que es gordo y también hacia aquel que es muy flaco. Si tu cuerpo es delgado, pero luego engordás también la sociedad y su mirada hegemónica va a intentar excluirte.

Desde nuestra niñez nos hacen creer que la belleza y la gordura no van de la mano. Que quien es gordo es molesto hasta para la vista y que es incapaz de cualquier cosa. Este mandato social ha sido establecido y ha funcionado desde siempre como disciplinamiento de los cuerpos: dejando de lado incluso la existencia de la diversidad corporal. Nos enseñan que todos debemos ser queridos, pero que los cuerpos disidentes no van a ser ni deseados, ni amados; por eso, es mejor amoldarnos a los mandatos sociales.


Cuestionar, desnaturalizar y deconstruir lo establecido. ¿Establecido por quién? ¿Establecido para qué? ¿Establecido por cuánto tiempo? Los ideales de belleza han ido cambiando a lo largo del tiempo, pero pese a esto, siempre han funcionado como mandatos sociales y culturales a cumplir. Esta vez ella no quiso sentarse en un asiento compartido, quizás porque le enseñó la sociedad que ella y su cuerpo son una molestia. Esta vez yo decidí ponerme un vestido dejando al descubierto mis ¿imperfecciones? No sé hasta cuando, aunque espero que sea por siempre, porque si bien la sociedad te juzga y te castiga, la peor de las miradas, siempre es la propia.



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