Perdido
- Agustina Girardelli
- 23 feb 2019
- 1 Min. de lectura
Recostado en su cama, no lograba concentrarse. Intentaba imaginarse el ruido esponjoso de las olas rompiendo contra el mar, el de las hojas raspando el piso luego de caer, producto del viento; o el delicioso sonido que las cuerdas de la guitarra producían en la intro de su canción favorita. Eso le producía tanta paz. Sin embargo, en la calidez de su habitación, había algo que no callaba, que necesitaba callar.
El agua corriendo por los caños, a escasos pasos; ruido de lluvia constante, lluvia encerrada. Gritos ahogados de una madre en lucha con su hija adolescente. Autos que paran y avanzan, paran y avanzan. Colectivos que se suman a esta caravana. Sonido chilloso de las puertas de estos al cerrarse. Bocinas negras, que anuncian la furia del atasque vuelta a casa. Sigiloso pero constante caminar de la tortuga en el pasillo. Pesado ruido el de aquella caja boba encendida de fondo en la habitación contigua. Ensayo furioso de la banda del barrio, sonido escandaloso e incesante,
Había un ruido aún peor, murmullos. Voces que pedían ser escuchadas, salidas de un manicomio. Sonido sordo, incoherente, borroso, nervioso. Pensamiento. Necesitaba que un silencio profundo acallara su interior.
De repente, sonido cálido, dulce, transparente. Era su voz. Esa voz que hacía años no lograba escuchar. La voz capaz de frenar cualquiera de los terremotos que ocurrían en su interior. Era ella. Y ahí no importaba si era real o no. Allí, el único oído que podía escuchar era su corazón. Allí en el mundo de sus sueños podía al fin, encontrar esa paz que había perdido.

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